(Por Enrique Gilabert Alexandre) – En el mundo de la seguridad privada, la protección del personal es tan crucial como la de los activos que resguardan. Sin embargo, a menudo nos encontramos con una realidad preocupante: la falta de dotación adecuada en la uniformidad de nuestros vigilantes.
Los chalecos antibalas, chalecos antiapuñalamiento y guantes anticorte son más que simples accesorios; son salvaguardas esenciales que pueden significar la diferencia entre un incidente menor y una tragedia. La pregunta es: ¿Por qué no son una constante en la indumentaria de nuestros profesionales?.
La discriminación se hace más evidente cuando observamos la disparidad entre un vigilante con uniformidad VIP, que tiene acceso a gas pimienta, frente a un vigilante uniformado estándar que no dispone de esta herramienta de defensa. Esta diferencia no solo pone en riesgo la integridad física del personal sino que también plantea un dilema ético sobre la equidad en el lugar de trabajo.
Además, en servicios conflictivos, como en el metro o Renfe, la ausencia de un taser para el personal de seguridad privada es una omisión notable. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado cuentan con esta herramienta, lo que genera una desconexión entre las capacidades de respuesta de ambos sectores.
Es hora de abrir un diálogo constructivo sobre la confianza y los recursos que se otorgan a los profesionales de la seguridad privada. No solo por su bienestar, sino por la eficacia y la imagen de un sector que es fundamental para la seguridad de nuestra sociedad.
Fdo: Enrique Gilabert. Director de seguridad