(Por Carlos Mármol Ballesta) – Queridos lectores, tras la mano de hostias que nos dieron a mi compañero (gracias Ismael por marcar la diferencia) y a mí el domingo por la mañana permítanme ustedes hacerles una confidencia: Los vigilantes, técnicamente, también somos seres humanos, pensantes y dolientes. Tenemos pasiones y desgracias, vamos a comprar al súper, se nos quema la tortilla y a veces nos rompen el corazón. Más o menos igual que a cualquier mortal.
Pero algo nos diferencia del afortunado vulgo que nos rodea y ese algo es la indefinición. No somos civiles ni policías, con lo que no podemos disfrutar de los derechos y atribuciones de ninguno de esos dos sectores humanos. O quizás, haciendo un derroche de creatividad, la sociedad y sus instituciones nos permiten ser civiles o policías pero solo para lo malo y a ratos.
Si te parten la cara, te jodes, eres un civil. Si la partes tu, te jodes, ahora eres policía, deja ahí la placa, que su señoría te va a dar una carta de amor donde dice algo de «debo condenar y condeno«.
Caminamos sobre un delgado borde ante el que se abre el abismo y si somos muy, muy buenos en esto y además hombres dignos aprendemos a sobrevivir con un equilibrio que desarrollamos cuando somos capaces de hacer nuestro trabajo como si fuéramos policías pero sin que la empresa nos sancione, el cliente nos saque o el juez nos condene.
Hay un camino más fácil, el de las gafas de madera. Llego, inicio, me saco mocos todo el servicio y al finalizar he facturado lo mismo que el compañero que se ha jugado la vida. Pero yo, quizás porque ya estoy viejo y tozudo para cambiar de mañas voy a seguir haciendo lo que creo correcto porque al final del día solo duermo conmigo y solo mi conciencia me ve despertar.
Soy un vigilante sencillo, de infantería de los de toda la vida y si todo va bien (fíjense ustedes qué putada) me jubilaré vistiendo el uniforme y los arreos que me pongo cada día
Y quisiera que antes de que llegue el momento de retirarme, tengamos una legislación y sociedad coherentes que no nos exija actuar como policías y luego nos trate como al último y prescindible sector. O si, ¡Que nos exija! Pero que luego no nos abandonen como si nunca hubiéramos peleado por ellos.
Sean ustedes orgullosos y altivos, bellos y valientes perdedores. Y cada vez que se les requiera para afrontar un peligro o apagar el dolor de otra persona, no piensen si les pagan para eso o no, den un paso adelante y háganlo porque aún se lo pide el niño que llevan dentro y jugaba a ser alguien mejor con una espada de madera.
Créanme, cobrarán lo mismo, pero se sentirán mejor.
Carlos Mármol Ballesta vigilante de infantería.
(Agradecimientos al autor y al sindicato SPS por cedernos el texto)