(Por Jose Antonio Domínguez Silgado) – El sector de la seguridad privada en los aeropuertos ha sido, durante años, un pilar fundamental para garantizar la seguridad de los pasajeros y la infraestructura aeroportuaria. Sin embargo, la creciente demanda por parte de AENA y AESA de una formación específica y exhaustiva para los vigilantes de seguridad aeroportuarios que operan en estos espacios ha planteado serias preguntas sobre las condiciones laborales y la naturaleza del trabajo que realizan estos profesionales.
Los vigilantes de seguridad en los aeropuertos enfrentan un panorama cada vez más complicado. AENA y AESA exigen que estos profesionales no solo cumplan con las normativas básicas de seguridad, sino que además adquieran una formación altamente especializada. Esto incluye conocimientos en detección de explosivos, manejo de situaciones de emergencia aérea, y la implementación de protocolos de seguridad avanzados que van más allá de lo habitual en otros entornos de trabajo.
Esta exigencia, si bien es vital para la seguridad de millones de pasajeros, ha generado una carga adicional para los vigilantes de seguridad. La formación requerida no siempre se acompaña de una mejora en las condiciones laborales o un reconocimiento económico acorde. En muchos casos, los vigilantes se ven obligados a asumir estos cursos y capacitaciones con escasos incentivos, lo que ha llevado a una sensación de explotación entre estos trabajadores.
El entorno aeroportuario es especialmente demandante. Los vigilantes deben estar preparados para enfrentar largas jornadas de trabajo, en horarios rotativos que incluyen noches, fines de semana y festivos. Además, la presión psicológica es intensa, ya que cualquier error o fallo en los protocolos de seguridad puede tener consecuencias catastróficas.
Recientes informes han señalado un aumento en el número de quejas y denuncias por parte de estos profesionales, que se sienten atrapados en un sistema que demanda cada vez más, pero ofrece muy poco en términos de apoyo y compensación. Las condiciones de trabajo han sido descritas como precarias, con salarios que no reflejan la responsabilidad que conlleva el rol, y una falta de apoyo psicológico para manejar el estrés inherente al trabajo.
Es innegable que la seguridad en los aeropuertos es de vital importancia. Sin embargo, esta seguridad no debería conseguirse a expensas del bienestar de los vigilantes de seguridad aeroportuarios que la garantizan. Es crucial que AENA y AESA reconsideren sus políticas de formación y compensación, asegurando que estos profesionales no solo estén adecuadamente capacitados, sino que también reciban un trato justo. El equilibrio entre la seguridad aeroportuaria y las condiciones laborales de los vigilantes es posible, pero requiere de una revisión profunda de las prácticas actuales y un compromiso real por parte de todos los actores involucrados.